
El mototaxismo hace crisis, o mejor provoca crisis. Los mototaxistas se sienten exasperados por los controles que sobre ellos ejercen las autoridades de policía. Los peatones y los conductores de automotores se irritan ante la complicación y los riesgos que generan las mototaxis y en especial el generalizado sistema de desobedecer señales de tránsito y apartarse de las normas de conducción. Los transportadores de pasajeros, colectivos o individuales, protestan por la nueva competencia que en forma eficaz les resta usuarios en número significativo.
Ya en Barranquilla tuvo lugar un paro de transportadores regulares para obtener una contención al imparable crecimiento del mototaxismo. El resultado próximo fue que les propiciaron un día de inmejorables resultados económicos por haberles abandonado toda su clientela.
Cada día hay más motos en las calles y hasta muchas personas que empleaban su moto en forma exclusiva para su transporte personal, hoy cuando se les presenta la oportunidad aprovechan y se convierten en transportadores, recibiendo pasajeros.
El creciente número de accidentes no parece incidir en el éxito del mototaxismo como alternativa de transporte urbano. Tampoco el sol y el calor sofocantes. Quizá el período invernal ejerza un influjo desestimulante, aunque temporal como es obvio.
Buscar explicaciones al fenómeno es una cosa muy distinta a aplicarle soluciones. Las autoridades han sido lerdas, demasiado lerdas en este último campo. Como en otros casos de desorden urbano, los hechos comenzaron a aflorar con timidez y las autoridades no los vieron o no los quisieron ver. Luego cuando tomó fuerza, se recurrió al gaseoso lenguaje de promesas de buscar soluciones y al recurso de dejar los acontecimientos en manos del tiempo.
Hoy, en ciudades como Cartagena y Barranquilla, hermanas en padecer malas administraciones, el mototaxismo es una realidad que sobrepasó cualquier previsión, que se vuelve de muy difícil control y que sigue en ascenso.
Es claro que la realidad de hoy es el resultado de la falta de buenas administraciones: para haber dimensionado el fenómeno, para encauzarlo y regularizarlo a tiempo; para haber procurado estrategias viales; para haberse preocupado por crear fuentes de trabajo; para haber exigido desde el principio requisitos de organización y seguridad; en fin, para haber cumplido con el deber propio de la autoridad. La falta de interés en la protección del pasajero, la ausencia de mirada para establecer los conflictos diarios de la población y procurar la manera de resolverlos, la preocupación por otros intereses fueron impulsores del mototaxismo.
Hoy, el arraigo es tal que la supresión del mototaxismo es un espejismo. Congelarlo requiere de mucha presencia de la autoridad. Regularlo en forma tal que su desempeño acompase con las normas de seguridad y responsabilidad es bastante incierto.
Se ha repetido, con mayor velocidad, el caso de los vendedores estacionarios, que es otra comprobación de la falta de autoridad y de buena administración. Los hechos han gritado, pero no se ha querido oír.
En otros aspectos de la vida ciudadana el camino es el mismo. Como acontece con los ruidos, con las casas de juego, con las cantinas, con la higiene en el expendio de alimentos y tantos otros.
Suspirar tardíamente por leyes reguladoras o por acomodamientos es tardía reacción de muy probable eficacia.
Estas situaciones sólo experimentan reversa cuando buenas administraciones crean escenarios en que al ciudadano le resulte incómoda, peligrosa y costosa la informalidad. En el campo del mototaxismo estamos lejos.